En
esta ocasión el tramo a pescar elegido es el Esla, entre los cotos de
Gradefes y Quintana de Rueda. Tan solo nombrar estos cotos evoca
pescatas impensables en estos  tiempos en los que ni el Padre Esla ha
podido esquivar el declive que asola toda nuestra geografía. Pero no es
tiempo de añorar tiempos mejores, es la hora de presentarle a mis
compañeros, acostumbrados a pescar entre la espesura, lo que representa
este río.


Pronto
se dan cuenta de que juegan fuera de casa al ver el tablón del puente
de Gradefes, que con sus 50 m de anchura y sus 400 de longitud de aguas
profundas y mansas resulta abrumador para quién suele pescar en la
tierra de los osos. Decido hacérselo más sencillo y les guío por los
ganchos de Gradefes, donde el río se divide en dos o tres cauces,
haciéndose más civilizado y asequible.

Estamos
a finales de temporada, por lo que empezamos la pesca ellos dos a seca
con imitaciones de Pitillo y una emergente Jarupiana, que sería la que
se llevara el gato al agua. Una espesa junquera da paso a unas raseras
muy buenas, en el cauce central, lugar donde mano a mano empiezan a
subir, uno por la orilla y el otro un poco metido en el cauce, pues en
este río progresar por las dos orillas es imposible. Yo les sigo
dejándoles descubrir el carácter del agua, dejándoles hacer, casi
enfadándome con Mario que está empeñado en pescar la otra orilla con el
peligro que eso conlleva.

La
emergente Jarupiana hace su trabajo y pronto Mario tiene la oportunidad
de vérselas con uno de estos auténticos misiles, y es que estas truchas
acostumbradas a sobrevivir todo el año a desembalses brutales en
cantidad y en temperatura del agua, a estas alturas se parecen mucho más
a un reo del norte de Europa que a las truchas de la tierra.

Al
final de la tabla hay un hueco en el que se hace remolino, uno de esos
lugares profundos resguardados del chorro principal que la mayoría de
pescadores pasan de largo porque es un lance muy incómodo, y además es
sólo uno. Pero este es uno de los escondites de las truchas grandes.
Antonio de adelanta, no hace falta que le diga nada, siente el río y
sabe que es lance merece la pena.


Metido
en el agua hasta más de la cintura ajusta los lances, alargándolos poco
a poco, buscando la picada. ¡¡Y llega!! la arrancada le sorprende,
primero arriba, luego abajo aprovechando la corriente…¡¡¡es buena!!!

Y
empieza la persecución detrás de la trucha…el pobre de Antonio
pasándolas canutas y Mario partiéndose, bueno Mario como siempre a decir
verdad, hasta que unos metros más abajo consigue encestar una trucha
que apenas llega a los 30 cm. Se rie, la mira algo desconcertado porque
parecía mayor. La bravura de las truchas del Esla es por necesidad, el
caudal es grande y el agua baja con mucha fuerza en muchas zonas.



Mario
nos abandona a media tarde, al llegar a la tabla de Gradefes dónde
Antonio y yo alargamos la jornada hasta el final, esperando el ansiado
sereno que al final se queda en poco, pero es que tan sólo la sensación
de pescar en esa tabla donde yo nací como pescador me traslada en el
tiempo y me hace sentir en paz.
Para
quien haya conocido el coto de Gradefes en los tiempos que le hicieron
leyenda, lo de hoy es un triste recuerdo; para mi tan solo saber que
alguna de las enormes truchas que le hicieron grande aún nadan en sus
aguas, es más que suficiente…

Nos vemos en el rio.

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